Cruzando procelosos mares, temeroso que durante el trayecto el canto fuera descubierto por hombres necesitados de amor, ya marinos ya terrenos, ha llegado a este balçaõ abarrotero el libro del sireno mayor, Javier Perucho.
Con una sugerente capa (portada) una cadeira de rodas (silla de ruedas) bajo fondo blanco, nos sugiere que es por motivos caudales que la silla pertenece a una sirena muy contemporánea ya que tiene un computador como auxiliar de navegación. La silla (cadeira) está vacía, no porque la sirena fuera de caderas anchas, no confundir cadeira (silla) con cadera en español, el canto de la i es la diferencia. En portugués nuestra cadera se dice anca y la silla parece que es estrecha o seja para anca pequenha, por lo tanto la dueña de la cadeira de rodas tiene talle estreito (estrecho). La silla se encuentra vacía, tal vez porque la sirena tuviera que refrescarse un poco y así poder arrancar nuestros suspiros al leer el título: “La música de las sirenas”. Editado por FOEM Fondo Editorial Estado de México, su autor, Javier Perucho, recopila, prologa y como tritón consumado, nos muestra sesenta y una minificciónes con el tema mítico de la sirena. Ejemplos de narrativa hispanoamericana que van desde Rubén Darío, que abre el canto, hasta Ana Clavel que cierra el libro, con un apetitoso caldo de cola de sirena.
No cabe duda que nuestros océanos, Pacífico y Atlántico y el mar Caribe, siguen siendo habitados por sirenas, algunas parientes de las que vio Odiseo, otras, ya mestizas, emergen y se sumergen a lo largo del libro. No diré cuales fueron mis preferidos, que en gusto de sirenas se rompen géneros, porque ustedes saben, hay lectores que les gustan de voz grave, otras de voz destemplada; hay quien guste de las sirenas escamosas, rubias, mandonas, tímidas.
Confieso no con cierto desencanto, que ha este balcão no han llegado pessoas a contar historias de sereias, por lo que me he visto obligado a salir al río Douro a su procura, mais nada, mi suerte ha sido escasa y aunque sigo atento a cualquier sonido que me parezca canto y a pesar que la corriente parece cabellera de mujer recién lavada, mi suerte esta salada. Tal vez tengo tanto Tlaloc en las venas que cuando se acerca alguna, atrevida, es devorada por los tlaloques. Lo cierto es, que después de leer La música de las sirenas, resulta ya tan de familia el mito, que parece que sólo estamos leyendo historias de nuestras tías.
Antes que se me olvide, quiero recalar mi agradecimiento a Javier Perucho, no sólo por su gentileza y osadía al enviarme su libro, con los peligros de la mar oceana, a estas tierras lusitanas, también agradecer el separador de lectura que venía en compañía del libro, con la figura de una sirena, como pueden observar en la fotografía que da portada a esta conversa, es una sirena absolutamente mexicana, morenaza sensual y colorida con una voz melodiosa que ya estoy a sucumbir, como lo hizo aquel libro celebérrimo que menciona Javier, “Ocaso de sirenas, esplendor de manatíes” que este abarrotero poseía en la edición del fondo de Cultura Económica, con prólogo de Juan José Arreola y que un día, andando en una trajinera en los canales de Xochimilco, con la barbacoa y las coronas atravesadas, un manatí con memoria histórica, al ver el libro salto con gran agilidad, llevándose el libro a las profundidades del canal.
Cosas ouvires y veredes mi querido, Javier Perucho.
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