Morir es cosa sabida y no hay porque preocuparse, las cosas caducan, hasta la latería mas fina o el vino en buenos odres también acaba por agriarse. Todos lo sabemos, unos lo sufren y otros lo gozan. Depende de que lado del mostrador nos encontremos.
En este abarrote seguimos una tradición festiva que ofrendamos a toda nuestra estimable clientela.
El culto a la muerte y a sus muertos se encuentra en el tuétano de las culturas prehispánicas (la edad de piedra me la salto para ir a la flor de pedernal) Con variantes, la concepción de los pueblos precolombinos, la muerte era una dualidad de la vitalidad. Las practicas y rituales que conformaron el culto a la muerte están presentes en los Teotihuacanos, toltecas, aztecas, zapotecas, mistecos, mayas, huastecos, totonacas, otomíes, purépechas y ya paro porque cambian de blog.
Los aztecas por ejemplo, tenían dos fechas para conmemorar a sus muertos, el mes de agosto se dedicaba a Miccailhuitonitli o muertecitos y en noviembre la fiesta de los muertos grandes. El más allá dependía de la forma de fallecer y no a la vida que habían llevado, no había castigo ni culpas. Por ejemplo, las mujeres que morían de parto se convertían en estrellas para acompañar a Quetazcoatl, eran consideradas guerreras muertas en batalla.
Después de la conquista, el Mictlán lugar a donde van los muertos se comparó con el infierno y a Micantecutli (señor de los muertos) se identificó con el diablo. El sincretismo comenzaba y enriquecía y transformaba y confundía conceptos. Se establece en México –Nueva España- el día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, que se solemnizaba desde los 827-844 por disposición del Papa Gregorio IV. La muerte comenzó a ser temida, apareció la culpa, la condenación, el Infierno y el Purgatorio. Fue hasta el siglo XVII cuando se trato de darle a la muerte un aspecto menos terrorífico. En este intercambio de vivos
el juego y la desgracia se ocultan en un abrazo. Una de estas tradiciones es comerse a la calaca ya en dulce ya en palabras. Las calaveritas son versos octosilábicos festivos, que ironizan o exaltan una cualidad, no son macabras y no son ofensivas, si críticas.
Hay calacas
Pensaron que no llegaba
que la canija calaca
no entraba al abarrote
para apretar el cogote.
Aquí estamos calientitos
para todos los bonitos
que la guadaña filosa
no goza cara piadosa
Ánimas del purgatorio
en el mostrador: jolgorio.
Suenan los huesos blogueros
los que por aquí anduvieron.
Todos con vela encendida,
recuerdan sin cobardía
que el esqueleto y el verso
refieren mismo universo.
Paloma de los abrojos
el alma de los Antojos
vuela ilusa por las redes
para clamar sus mercedes.
Aquí rechinan los sesos
y se murieron los besos
porque la blanca patrona
sigue siendo una cabrona.